En plena era de Internet, la arquitectura digital que nos mantiene conectadas e informadas también puede contribuir a ampliar la propagación de desinformación, un problema que puede tener graves consecuencias, ya que puede interferir en procesos democráticos, fomentar la polarización y el odio, y afectar la toma de decisiones individuales y colectivas en cuestiones de extrema relevancia como las crisis medioambientales y sanitarias (West y Bergstrom, 2021; Zarocostas, 2020). En un ecosistema de la información cada vez más contaminado, es crítico comprender los factores que subyacen en la generación y propagación de desinformación, para abordar el problema de forma más efectiva y prevenir las consecuencias que esa contaminación puede tener en múltiples ámbitos de la sociedad (Acerbi, 2019).
Los animales no humanos no son ajenos a esta problemática. La desinformación puede afectar la forma en la que pensamos, (re)conocemos y tratamos a los otros animales. En los últimos años, hemos presenciado multitud de publicaciones en medios que han contribuido a propagar desinformación sobre animales, especialmente sobre aquellos con los que nuestra especie ha establecido una relación conflictiva. Un claro ejemplo es el caso de las especies catalogadas como “invasoras”. Un estudio reciente examinó la representación en los medios de las cotorras argentinas en Madrid desde 2015 a 2021 (Fernández, Moreno, y Suárez-Domínguez, 2022) y concluyó que el uso de términos con carga negativa era casi seis veces más frecuente que el uso de palabras con carga positiva a la hora de describir a estas aves. Los términos usados incluían calificativos como “peste”, “demonios” o “amenaza”. Este mismo estudio mostró que el 42% de los artículos analizados se centraban en el exterminio como forma de gestión de la población de cotorras argentinas. Por el contrario, los métodos de gestión alternativos y las propuestas de entidades a favor de los derechos de los animales estaban mucho menos representados en los medios. Estos sesgos contribuyen a que pensemos en estos animales en términos negativos, lo que facilita la sensación de alteridad, reduce la consideración moral que les otorgamos y promueve que no cuestionemos su exterminio -especialmente cuando este se presenta en los medios como única forma de gestión viable. Cabe destacar que este tipo de publicaciones sensacionalistas y con sesgo especista tampoco suelen mencionar la responsabilidad de la especie humana en crear especies desplazadas u otras relaciones problemáticas con los animales no humanos, lo que facilita que situemos la culpa en los otros animales (Fernández, Moreno, y Suárez-Domínguez, 2022).
La prensa no solo ayuda a comprender las actitudes sociales hacia determinados animales no humanos, sino que también es crucial para construirlas (Herzog y Galvin 1992, Freeman 2009). Esto sitúa a los medios en una posición de elevada responsabilidad, especialmente si tenemos en cuenta toda la evidencia que muestra que la forma en la que evaluamos a los otros animales es subjetiva y cambiante. Un estudio (Possidónio et al., 2019) examinó la bibliografía e identificó las principales dimensiones evaluativas que influyen en la forma en que nuestra especie percibe a los otros animales: valencia, excitación, familiaridad, similitud con los humanos, peligrosidad, simpatía, capacidad de pensar y sentir y comestibilidad. Estas dimensiones no reflejan características intrínsecas de los animales, sino más bien las creencias que las humanas -especialmente en sociedades occidentalizadas- tienen sobre ellos, y estas creencias se construyen en gran medida a través del contexto sociocultural, lo que, de nuevo, refleja la importancia que podría llegar a tener el discurso de la prensa sobre los otros animales en nuestras creencias y, por consiguiente, en nuestras acciones.
En el caso de la representación de las cotorras argentinas en los medios (Fernández, Moreno, y Suárez-Domínguez, 2022) y en muchos otros casos anteriormente (Stewart y Cole, 2016; Carr y Reyes-Galindo, 2017; Mando y Stack 2018), vemos que se utilizan estrategias para generar la sensación de amenaza y miedo en la persona receptora. Para ello, a menudo se alude a la peligrosidad del animal en cuestión. La amenaza percibida de una especie es una medida relevante que afecta a nuestra percepción y trato de los animales (Piazza, Landy y Goodwin, 2014). Animales como serpientes, arañas y murciélagos se evalúan habitualmente como peligrosos y se asocian a fobias y sentimientos de miedo y asco (Knight, 2008; Purkis y Lipp, 2009; Shuman, Sander y Scherer, 2013). Un estudio (Piazza, Landy y Goodwin, 2014) demostró que la peligrosidad percibida de un animal predice hasta qué punto consideramos que merecen derechos y protección. Específicamente, sus resultados muestran que tendemos a otorgar menor consideración moral a aquellos animales que percibimos como más peligrosos, independientemente de otras características moralmente relevantes, como la sintiencia. Por otra parte, el éxito de la difusión de desinformación online se ha asociado en múltiples ocasiones al fenómeno de la atracción cognitiva (Acerbi, 2019), es decir, a la presencia de estímulos casi universales que despiertan emociones primarias (como el asco y el miedo), y para los que existe una explicación evolutiva plausible (p. ej., la evitación de animales considerados «peligrosos»). Las arañas encajan perfectamente en este esquema, por lo que cabe esperar que los contenidos relacionados con arañas contengan un elevado grado de desinformación y sensacionalismo (Mammola et al., 2022a; Mammola et al., 2020; Cushing y Markwell, 2010).
Antes de proceder a analizar la representación de estos animales en los medios, consideramos relevante incidir brevemente en qué nos dice la ciencia sobre los arácnidos. Con más de 50.900 especies descritas, las arañas (orden Araneae) constituyen uno de los linajes animales más diversos y se encuentran en una amplia variedad de hábitats (World Spider Catalog, 2023). Sus cuerpos están segmentados en dos secciones: el abdomen y el cefalotórax, en el que se sitúan los ojos, las ocho patas y los quelíceros que utilizan para inyectar veneno o defenderse. Todas las arañas producen seda que utilizan de formas tan diversas como fascinantes: para crear refugios, como medio de transporte, de comunicación o de captura de presas (Bittel, 2019). Algunas de las especies de arañas más estudiadas han demostrado capacidades sensoriales extraordinarias. Las viudas negras pueden oler las feromonas de los hilos de seda de otros individuos a casi 60 metros de distancia y son capaces de distinguir si proceden de miembros de su especie o de especies emparentadas (Scott et al., 2019; Bittel, 2019). Las arañas saltadoras poseen la visión más aguda registrada en animales de su tamaño, lo que les facilita la exploración del entorno y podría explicar, al menos en parte, sus complejos comportamientos (Mason, 2021). Más allá de sus capacidades sensoriales, la evidencia sugiere que los arácnidos poseen complejas habilidades cognitivas. Las arañas del género Portia se alimentan de otras arañas saltadoras y han mostrado una gran capacidad de adaptar su conducta depredadora al contexto. Por ejemplo, son capaces de imitar los movimientos de cortejo de los machos de algunas presas para atraer a las hembras. También pueden hacer vibrar las telarañas de otros arácnidos para inducir un comportamiento específico en estos (Jackson y Pollard, 1996; Mason, 2021). Experimentos de laboratorio han demostrado que las Portia prueban diferentes métodos, velocidades y patrones hasta que encuentran la combinación adecuada para engañar a otras arañas. Además, son capaces de trazar la ruta más adecuada para acercarse a ellas, evitando multitud de obstáculos (Jackson, 1992; Cross y Jackson, 2016). Todo ello refleja una elevada capacidad de crear representaciones mentales, de aprendizaje, adaptación, planificación y evaluación de los riesgos. Otros estudios han demostrado que las arañas Portia ajustan su conducta ante el factor sorpresa y en función del número de potenciales presas, reflejando una comprensión numérica parecida a la de las humanas de un año (Cross y Jackson, 2014; 2017). Más recientemente, se ha visto que las arañas saltadoras muestran movimientos nocturnos parecidos a la fase REM en otras especies, como perros o gatos. Además, estos movimientos ocurren en ciclos regulares, similares a los patrones de sueño de las humanas (Rößler et al., 2022). Desde el grupo Antropología de la Vida Animal, Grupo de Estudios de Etnozoología, rechazamos la experimentación animal por cuestiones éticas. Consideramos que divulgar el conocimiento de las habilidades y comportamientos de los otros animales puede llevar a otras humanas a otorgarles consideración moral y, por consiguiente, a cuestionar estas prácticas. Es importante señalar que no es necesario realizar experimentos con animales para obtener esta información y que existen alternativas más éticas, como la observación de animales en su entorno y el uso de modelos computacionales. Tras esta aclaración, pasemos a analizar el discurso de los medios sobre las arañas.
Un reciente estudio publicado en Current Biology (Mammola et al., 2022b) examinó la difusión de información errónea y sensacionalista sobre arañas a partir de una base de datos global de artículos de periódicos online sobre interacciones entre arañas y humanas, que cubría historias de encuentros y mordeduras, publicadas entre 2010 y 2020. Se recopilaron y analizaron 5.348 noticias de 81 países y 40 idiomas. Los resultados mostraron que la calidad de los artículos sobre arañas era extremadamente pobre: un 47% de los artículos contenían errores (p. ej., exageraban el peligro de una especie en particular, se referían a ellas como insectos o erraban en lo referente a su anatomía) y un 43% fueron calificados de sensacionalistas (p. ej., usaban frecuentemente términos que denotaban emociones negativas, como “malvada”, “asesina”, “desagradable”, “pesadilla” y “terror” para referirse a la/s araña/s). También utilizaron un modelo de regresión logística para identificar qué factores predicen el sensacionalismo. El modelo de regresión explicó el 53% de la varianza, el 45% de la cual era atribuible a la especie de araña en cuestión, al país y a la lengua del artículo. Esto sugiere, por una parte, que incluso dentro del grupo de los arácnidos, existen especies con las que los medios tienden a ser más sensacionalistas. Esto puede tener consecuencias especialmente negativas para aquellas especies que las humanas han categorizado como más peligrosas, ya que los discursos sensacionalistas refuerzan un sentimiento de animadversión en la opinión pública que facilita que se persiga su presencia y que, ante un encuentro, consideremos que matarlas es necesario y está justificado por su peligrosidad. Como veíamos, el país y la lengua del artículo también contribuyen a predecir el grado de sensacionalismo sobre las arañas. Esto muestra que los aspectos culturales son fundamentales para predecir la calidad de los artículos. La cobertura de noticias sobre las arañas difería mucho según el país. Por ejemplo, en Australia hay más arañas que en casi todos los demás territorios analizados y, sin embargo, las noticias sobre arañas en publicaciones australianas tendían a ser más precisas y menos cargadas de emoción. Por lo contrario, el Reino Unido fue la fuente de la mayor cantidad de desinformación sobre los arácnidos, a pesar de tener muy pocas especies de arañas venenosas. El equipo investigador sugiere que en algunos casos tal vez esto se deba a que la escasez de arañas en una zona puede hacer que el animal parezca más peligroso, mientras que la abundancia pueda contribuir a normalizarlas. Más allá del número de individuos, es posible que factores como una mayor proximidad y familiaridad con los arácnidos contribuyan a que la población conozca mejor a estos animales y, por lo tanto, sea menos vulnerable a la desinformación y/o más crítica a la hora redactar y difundir ciertos contenidos.
Las autoras interpretan que el resto de la varianza no explicada (~47%) por el modelo de regresión logística está probablemente relacionado con factores más difíciles de captar, como el estilo de redacción y la política editorial del medio de comunicación, aún que es posible que también esté vinculado al propio ruido de los datos. El estudio reportó otros resultados relevantes: la probabilidad de que un artículo fuera sensacionalista aumentaba en los periódicos internacionales y nacionales en comparación con los regionales; era mayor cuando el artículo contenía fotos de arañas o mordeduras, y era menor cuando el suceso del que se informaba era una mordedura o una mordedura mortal en comparación con un encuentro entre un ser humano y una araña. Además, el sensacionalismo disminuyó cuando en el artículo se consultó a una persona experta en arañas; no hubo pruebas de un efecto similar cuando se consultó a especialistas menos versadas en aracnología, como profesionales de la medicina. El estudio desveló además una red de desinformación vasta e interconectada. Los errores, que solían agruparse en artículos sensacionalistas, se propagaban por todo el mundo en cuestión de días, a menudo iniciándose a nivel regional, ampliándose y distorsionándose en los medios de comunicación nacionales e internacionales. Según la ciencia de la desinformación, esta es una característica que define la desinformación moderna: la ampliación de pequeños errores que apoyan un relato determinado (Mammola et al., 2022b).
Este estudio nos deja importantes aprendizajes y potenciales soluciones. Mejorar la calidad de la información producida en nodos locales y regionales podría tener un efecto positivo que repercutiera en toda la red de información. Algo que podría conseguirse mediante una colaboración más estrecha entre periodistas y expertas aprovechando los nuevos canales online para comunicar información científica precisa. Sin embargo, no todas las expertas aportan el mismo valor, por ello es importante consultar fuentes que puedan informar rigurosamente sobre los animales en cuestión. Como lectoras también disponemos de herramientas que nos pueden ser útiles para detectar la desinformación antes de otorgar veracidad a un relato o de compartirlo en nuestro entorno digital: recurrir a fuentes locales, leer medios diversos, contrastar las fuentes, cuestionar si todas las partes están igualmente representadas, e identificar el lenguaje excesivamente emocional, ya que se ha asociado con el sensacionalismo y tiende a actuar como motor de difusión de la desinformación (Acerbi, 2019). Esto no implica que el lenguaje emocional sea siempre cuestionable, pero podemos reflexionar sobre a quién beneficia, si busca generar la sensación de miedo y amenaza o si promueve el marco “nosotras contra ellos”.
Hemos expuesto la representación de las cotorras argentinas y las arañas en los medios, pero es probable que las mismas dinámicas se reproduzcan para el global de animales no humanos. Como veíamos, nuestra comprensión y trato hacia los otros animales depende en gran medida de nuestras creencias y contexto, por lo que son flexibles y moldeables en multitud de circunstancias. En sociedades especistas, cualquier animal cuyos intereses diverjan de los intereses o deseos de la especie humana puede convertirse en diana de desinformación. Para cambiar esta dinámica es necesario mucho más que ser capaces de reconocer y cuestionar la desinformación en los medios. El sensacionalismo y la desinformación no son más que otro brazo del sistema especista que contribuye a reforzar sentimientos de animadversión en la opinión pública frente a animales que, por la circunstancia que sea, incomodan o molestan. Las consecuencias para los animales no humanos no son menores, ya que todo ello puede contribuir a evitar su presencia en espacios públicos o privados o a normalizar y validar su explotación o exterminio. Para cambiarlo, es necesario ir a la raíz del problema y cuestionar el sistema especista que subyace todas nuestras interacciones, instituciones, educación y cultura.
Referencias:
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