A lo largo de nuestra historia, a través del pensamiento limitante y reduccionista que conlleva la dicotomía humano-animal, hemos ido creando infinitas relaciones de dominación, poder y, por ende, de maltrato, tanto de forma explícita como implícita hacia las demás animales, donde estas son víctimas de una continua violencia especista que tiene como base toda una visión física, moral e incluso espiritual antropocéntrica que nos ubica a nosotras como especie en el centro mientras que las demás especies quedan relegadas a los márgenes. Les aplicamos caprichosamente un concepto de alteridad que nos da potestad para explotarlas y esclavizarlas.
¿Qué entendemos por seres humanos y que entendemos por animales?
Este pensamiento binario (animal-humano) que internalizamos en las primeras etapas de nuestra vida va a influenciar en la forma en que concebimos a los animales como objetos de consumo durante toda nuestra vida y es la causa por la que vamos a interiorizar y normalizar toda una jerarquía estructurada en torno a esta relación de poder que subordina a las demás animales y a la vez nos enaltece a las humanas. Este pensamiento se ha ido retroalimentando a través de las píldoras antropocéntricas que han erigido los pilares culturales que permean nuestro pensamiento influyendo en nuestros hábitos diarios.
Con el fin de poder subvertir este orden y ofrecer una realidad emancipatoria, debemos repensar y reconstruir nuestra cosmovisión dejando atrás toda esta tradición filosófica e histórica antropocéntrica (teniendo como base una teoría crítica animalista) donde el humano ha sido considerado “el centro del universo”.
A raíz de esta tradición, el psicólogo social Richard Ryder ha acuñado el término especismo para referirse a la ideología que establece la existencia de especies superiores e interiores (de igual modo que lo hacen otros sistemas de valores denigrantes tales como el racismo o el sexismo). Esta ideología especista que sitúa al humano como especie superior, condiciona nuestras relaciones con las demás animales: automáticamente consideramos que las humanas son alguien mientras que las demás animales son relegadas a la condición de algo. Y así hemos ido construyendo nuestras diversas sociedades en base a esta relación de subordinación y esclavitud con las demás animales. En lo económico, los animales son tratados como meros objetos de “producción” o “mano de obra gratuita” donde sus cuerpos son explotados y sirven para propósitos alimentarios, de vestimenta o de entretenimiento etc…También a nivel político, donde esta ideología se manifiesta y se perpetúa en las leyes y regulaciones de cada país que rigen nuestra relación con las otras animales de una forma de anómala y desigual , lo cual hace difícil subvertir este orden.
Las palomas: las otras ciudadanas
La Columba livia, también llamada paloma bravía o urbana, representa, como todos los animales liminales, un desafío a esa división irreal entre ciudades para humanas y naturaleza para los animales. “Las palomas urbanas son el producto de la domesticación que data de al menos 5000 años y, por lo tanto, se trata de una especie que logró adaptarse a una vida sin asistencia directa de los humanos. La Columba livia, pariente de las palomas mensajeras que se utilizaron hasta la Segunda Guerra Mundial, es un animal inteligente, sociable y curioso” (Silvina Pezzeta,2018)
Las palomas bravías sufren una continua persecución política por parte de la administración y también viven bajo el paraguas de un discurso de odio hacia las mismas y que está siendo naturalizado y asimilado por una gran parte de la ciudadanía humana, pero ¿qué ocurre con las demás animales que conviven con nosotras en las ciudades y que reclaman y necesitan compartir el territorio con nosotras? En el libro Zoopolis, una revolución animalista, (Donaldson y Kymlicka, 2018) se hace alusión al concepto de animales liminares, que son aquellas especies asilvestradas que se han adaptado a vivir entre las humanas, como han sido las palomas, que son animales domésticos asilvestrados y que incluso se han perpetuado durante años a través de un vínculo sociocultural que se ha venido forjando desde antaño entre las palomas y el propio ser humano, desde la estrecha relación construida con la paloma mensajera y su primordial función en eventos históricos fundamentales hasta la cotidianeidad de las agradables estampas que han alegrado y amenizado las plazas y parques de nuestras ciudades donde innumerables personas humanas siempre se muestran predispuestas a interactuar con ellas y que desgraciadamente se está persiguiendo romper ese vínculo a través de ordenanzas y legislaciones contrarias a una convivencia armónica entre humanas y palomas, de tal forma que aquellas personas que altruistamente y solidariamente contribuyen a su alimentación en un parque, una acción que sin duda muestra una envidiable sensibilidad hacia los animales, pueden ser legalmente penalizadas.
Como consecuencia de este conocimiento especista que conforma la alteridad de las palomas, a las que se les ha otorgado una identidad en la que confluyen características tales como sucias, inferiores, portadoras de enfermedades, en diametral oposición a aquellas con las que se define al ser humano, desde los ámbitos cultural y político se da rienda suelta a la maquinaria especista que ejerce la discriminación contra los derechos e intereses de estas especies como muestra el artículo de Victoria Lacalle y Patricia Fernández titulado Las palomas y su cohabitación en las ciudades españolas: la historia de Cloony (2022):
Cada año se activan y renuevan contratos de servicios a nivel municipal para su captura con redes o jaulas trampa y su posterior sacrificio o deriva a una muerte diferida en el tiro de pichón, cetrería, cotos de caza o experimentación.. Estas capturas no están avaladas científica ni técnicamente e incurren en una masacre ilegal de fauna urbana. Sin embargo, las Consejerías de Medio Ambiente o el propio Ministerio de Transición Ecológica y Reto Demográfico (MITERD), se desligan de toda responsabilidad al no tratarse la paloma bravía de una especie de protección especial y ser los ejecutores de dichas prácticas los entes locales. Se estima que más de un millón de palomas bravías sufren este destino de captura y muerte anualmente en nuestro país, con nuestros impuestos. Además de ser una práctica atroz de maltrato animal, no soluciona los problemas de cohabitación pues no controla la población más allá del corto plazo. Esto supone entrar un ciclo de captura y muerte de individuos permanente y sin resultados y con dinero público.
De igual modo, los medios de comunicación contribuyen a reproducir de forma sistemática mensajes denigrantes y contrarios a la existencia de las palomas, con el fin de normalizar un conocimiento especista que va a influir y repercutir directamente en la integridad física y psíquica de estos animales en forma de hostigamiento, persecuciones y el desenlace fatal.
Sin embargo, este conocimiento especista que conlleva la destrucción de las palomas puede ser subvertido a través de una revolución conceptual e identitaria gracias al término sintiencia que supone, además de la posesión de un sistema nervioso desde un punto de vista biológico, la capacidad de ser afectado de manera positiva o negativa y de sentir emociones e incluso de experimentar sufrimiento. Un ser sintiente es, por tanto, un ser consciente que vive experiencias; las palomas son seres sintientes, que viven y sienten su propia experiencia y tienen la capacidad de incluso reconocerse en los espejos. La importancia de este concepto radica en que si se tomara como base o cimiento sobre el cual construir las identidades y relaciones entre especies en lugar de recurrir a la presencia o ausencia de otros atributos otros como la razón, se podría construir relaciones armónicas caracterizadas por el respeto hacia los intereses y deseos de todas las especies.
Las palomas en las ciudades
Todo los discursos que abordan a la paloma se hacen desde un marco biopolitico cargado de poder y de discriminación mediante el cual las palomas reciben continuamente designaciones y connotaciones negativas e intangibles sobre su presencia y su condición como especie “paloma” que construye toda una forma de ser y pertenecer en nuestras ciudades dentro de estos marcos límitantes, prejuiciosos y deterministas que la condenan a una infinita violencia estructural e institucional que utiliza diferentes herramientas de opresión encaminadas a la limitación de su presencia o a su total exclusión de espacios urbanos a través, por ejemplo, de la colocación de pinchos que impiden que se posen sobre alguna infraestructura determinada, así como otras formas de violencias territoriales que serán detalladas a continuación:
- Reconversión urbanística o modificación de estructuras arquitectónicas colocando en las mismas púas, hilos cortantes para que no puedan apoyar bien sus patas, o bien, cristales rotos y cualquier otro material afilado y cortante que pueda ocasionar daño a las palomas que se posen sobre los mismos con el fin de evitar que coloquen sus nidos o se asienten en dichos lugares.
- Jaulas trampas para su captura y posible sacrificio: son emplazadas en la mayoría de los organismos públicos tales como hospitales, administraciones y escuelas, de donde se persigue mermar la presencia de ésta. La finalidad primordial de estas jaulas es la captura para el posterior sacrificio de estos animales.
- Espacios no seguros para la cría y el cuidado de los pichones: frecuentemente los lugares donde colocan sus nidos son taponados o vallados con el fin de que las crías queden atrapadas y no puedan ser alimentadas por su madre, sabiendo directamente que los pichones ven drásticamente mermadas sus posibilidades de supervivencia si no reciben el cuidado de su madre. De igual modo, esta práctica se ejerce con palomas adultas en el interior, quedando bloqueadas y falleciendo por inanición.
- Reproducción de discursos de odio donde se interioriza la idea de que son una especie invasora y transmisora de enfermedades. De hecho, tanto el Center for Disease Control como el Departamento de Salud Pública de la ciudad de Nueva York explican que las palomas no suponen un riesgo para la salud humana de especial relevancia. También al conferirles el atributo de suciedad se generan tensiones directas y negativas que inciden directamente en las condiciones de vida de las palomas, promoviendo y naturalizando dinámicas de violencia y exclusión social hacia las mismas. En un artículo publicado en El Caballo de Nietzsche Pezzeta (2018) explica que “el temor y rechazo a las palomas se basa en los mismos argumentos y prejuicios sustentados respecto de humanos considerados indeseables y sin derecho a compartir las ciudades con otros que sí lo tendrían, como los nacionales. De hecho, es interesante remarcar también el carácter no autóctono de las Columba livia. Se trata de un animal cosmopolita, si se permite el término, y no es raro encontrar expresiones de xenofobia contra ellas porque no son fauna local, aun cuando convivan con ella sin que compitan por el alimento o el espacio y, en muchos casos, sin siquiera convivir con ella”.
- Residuos humanos que le ocasionan daños y heridas en su cuerpo físico: es un hecho evidente que las palomas suelen sufrir amputaciones de sus falanges provocadas por restos de residuos generados por los seres humanos que quedan atrapadas en sus patas y de los cuales normalmente se liberan produciéndose la amputación de algún miembro o falange.
En este apartado, cabe mencionar nuevamente el libro «Zoopolis, una revolución animalista» (Donaldson y Kymlicka, 2018) pues en él se resalta el término ciudadanía atribuido a las demás animales en el que ahondaremos a continuación especialmente haciendo hincapié en el término “animales liminares”, es decir, aquellos animales de origen doméstico que viven libres y asilvestrados en los entornos urbanos como es el caso de las palomas. Los animales liminales que comparten espacios con nosotras en el entorno urbano producen incomodidad y se construyen sobre ellos mismos innumerables prejuicios especistas que pueden conducir, en la mayoría de los casos, a que sean tratados como meras “plagas” y sean asesinados de forma totalmente impune. Debido al fuerte calado de los discursos del antropocentrismo y el especismo, el ser humano se ha erigido como el dueño de estos espacios públicos urbanos que en realidad pertenecen a todas las especies que conviven en ellos. En la lectura de este libro se nos replantea una forma más profunda de analizar nuestra relación con los demás animales, es decir, va más allá de lo que se denominan los “derechos negativos” tales como el derecho a vivir en libertad o a no ser sacrificados. Esta noción transgresora introduce que los derechos de los animales deben estar asentados territorialmente y que los animales tienen derechos y deben poder pertenecer a sus propias comunidades, teniendo el estatus de ciudadanas con sus respectivos derechos políticos, una visión que resulta ser completamente innovadora. No es solo reconocer que los animales son sujetos de derechos, sino reconocer que son ciudadanos con los que compartimos los espacios, por lo que dichos espacios deben tener cabida para todas las especies, incluidas las palomas, formando así comunidades mixtas.
Las demás especies necesitan de esta comunidad política, merecen que sean reconocidas como ciudadanas de una misma comunidad mixta y diversa en la que puedan ser otorgados y legítimos tanto sus derechos positivos como negativos. Como derecho positivo entendemos el derecho a recibir asistencia médica, a ser socializado o a que se diseñen los espacios públicos en función de las necesidades de la especie y de todos los que cohabitan en el espacio. Como se indica en el libro mencionado anteriormente Zoopolis, una revolución animalista (Donaldson y Kymlicka, 2018, página 372) “En la mayoría de los casos, los animales liminales no tienen otro sitio en el que vivir, las zonas urbanas son su hogar y su hábitat.. debemos encontrar formas de reconocer su presencia legítima y de coexistir con ellos”.
Es revolucionario y necesario considerar que los animales no solamente tienen derecho a la vida y a no ser torturadas o asesinadas, sino que este derecho se debe ver ampliado a poder usar el espacio público que durante décadas le hemos arrebatado, a recibir una sociabilización y una atención médica digna y como no, a ser representados políticamente.
En la entrevista realizada a Pezzeta sobre El reconocimiento de los derechos políticos de los demás animales en la obra de Donaldson y Kymlicka, Zoopolis (2018) se le pregunta cómo las autorías utilizan la teoría política para las otras dos categorías que se analizan en dicha obra, es decir, los animales salvajes y liminales. En relación a los animales salvajes se va más allá de no cazarlos o pescarlos planteando la obligación de no invadir sus territorios. Nos invita también a ser conscientes de cómo nuestro impacto ambiental les produce la muerte y contamina sus hábitats, así como prever la actuación ante posibles situaciones de virus o hambrunas dado que tenemos los recursos para ello. Vivimos en una deuda constante con las demás especies y es urgente desarrollar políticas que promuevan su cuidado, su salud y sus derechos.
En relación a los animales liminales, como ya los nombramos anteriormente, solo están presentes en nuestras vidas cuando supuestamente surge algún problema de salubridad para las humanas, problemas creados a través de una mirada sesgada y prejuiciosa sobre los mismos. La cuestión radica en que los animales liminales deben tener los mismos derechos que el resto, deben tener derecho a residir, a compartir el territorio y a ser ciudadanas, y en esto último, como se indica en la lectura, a establecer medidas que no conduzcan a la habitual estigmatización.
En esta entrevista, Pezzeta hace hincapié en las palomas urbanas, animales que las humanas ven con desprecio a pesar de que están alrededor de todo el mundo, nadie las reconoce ni nadie les otorga derechos. En las zonas rurales son consideradas plagas y en las ciudades no las toleran, animales que en su mayoría viven en entornos urbanos donde son víctimas de las humanas e incluso a causa de los residuos y la suciedad que generamos les provocamos enfermedades y heridas diversas como se detalló anteriormente. Estas víctimas viven en condiciones precarias en las ciudades, desnutridas, enfermas, atropelladas y en muchas ocasiones sin apenas acceso a comida y bebida. En el mejor de los casos, cuando tienen acceso a estos recursos, los suelen hacer en condiciones precarias de salubridad poniendo en riesgo su salud. Hoy en día, las palomas son una de las mayores víctimas del prejuicio humano pues son las propias administraciones quienes se empeñan en reproducir políticas de sacrificio y muerte, donde la mayoría de ellas mueren gaseadas como ocurre en la ciudad donde habito, Las Palmas de Gran Canaria, en España. De estos animales que sufren en sus carnes la mayor de las estigmatizaciones producidas por el especismo, cuando se tiene la oportunidad de convivir con ellas, se hace uno consciente de su ser, de su sociabilidad de su forma de ser en este mundo dentro de su individualidad y su colectividad.
Es vital realizar un análisis de la otorgación de derechos positivos a todos los demás animales con los que compartimos campos y ciudades, aprender a convivir tanto con especies autóctonas como con especies alóctonas, pues los territorios son de todos y es nuestra responsabilidad aprender a convivir como ciudadanas.
Donaldson acuñó el término “cuasi-ciudadania” en relación a los animales liminales (Donaldson y Kymlicka, 2018, página 369) “Los animales liminales son corresidentes de las comunidades humanas, pero no conciudadanos. Su sitio está aquí, entre nosotros, pero no son de los nuestros. La causi-ciudadanía refleja ese estatus particular que difiere en lo fundamental tanto de la conciudadanía como de la soberanía externa.. al igual que la ciudadanía, la causi – ciudadanía es una relación que debe regirse por normas de justicia, pero es un tipo de relación más libre, menos íntima o cooperativa y, por lo tanto, se caracteriza por un conjunto reducido de derechos y responsabilidades”.
La realidad es que bajo el término invasor y plaga hay ciertas contrariedades ¿por qué la especie humana no está considerada como invasora? Nos encontramos continuamente la misma barrera: el especismo, esos valores dualistas que establecen distancias entre la vida de las humanas y las de las demás especies. En el siguiente artículo, Isaac Alejandro Zaragoza Álvarez y José Alejandro Garza Méndez (2023) señalan que “se puede argumentar que el grupo que merece vivir es el de humanos por contar con capacidades como el razonamiento o la sintiencia, lo cual no es válido porque los humanos no son los únicos seres sintientes, los demás animales también lo son. Según Oscar Horta, no hay una característica empíricamente comprobable que sea única de los seres humanos”, por lo qué cabría replantearnos nuestra relación con los demás animales y caminar hacia ese reconocimiento de la ciudadanía de las demás especies que conviven con nosotras.
Caminando hacia comunidades políticas que tengan como base los cuidados
Haciendo hincapié a las siguientes palabras expuestas en el libro Claves Ecofeministas por Alicia Puleo “la felicidad que procura nuestro Jardín-huerto ecofeminista no es fruto de la dominación, sino del cuidado. Cuidado de sí, cuidado de los otros. El cuidado no ha de ser esclavitud. El cuidado es preocupación, atención, protección.. Es actitud y actividad libre cuando surge del amor por algo o alguien” (2019, p. 69)
Es vital dar importancia y potenciar la figura de los cuidados. Hemos desarrollado lazos afectivos con estos animales a lo largo de la historia, las hemos alimentado en plazas y calles, siendo conscientes de que son animales “independientes” y que tienen su propia comunidad social, pero a la vez convivimos y compartimos con ellas varios espacios urbanos e históricamente hemos tenido encuentros y vínculos con ellas puntuales en estos espacios. ¿En qué momento comenzamos a criminalizar estos actos de cuidado? ¿En qué momento se comenzó a difundir infinitos discursos de odio hacia las mismas? y, sobre todo, ¿En qué momento se empezó a normalizar el uso de las diferentes formas de violencia contra la integridad y la protección de las mismas?
Debemos caminar y abogar por una ciudad diversa donde se tenga en cuenta las necesidades y el bienestar de cada especie, teniendo en cuenta a cada una desde su infinita individualidad de ser, estar y vivir en nuestras ciudades, el camino hacia una ciudad inclusiva, que tenga en cuenta el bienestar y los derechos de todos los animales. Las palomas en sí, nunca han sido tenidas en cuenta, ni definidas como ciudadanas de nuestro territorio, pero conviven con nosotras y es nuestra responsabilidad comenzar a coexistir con ellas. Sí somos conscientes de que cada animal, tiene su propia forma de ser y estar en este mundo, con su capacidad de sentir como tú y como yo ¿por qué no romper de una vez el dualismo limitante entre lo animal y lo humano? Es urgente abogar por espacios urbanos inclusivos, donde se tenga en cuenta el bien común de todas, independientemente a la especie a la que se pertenezca, incluidas también las palomas.
* Imagen de portada: @raqueldiazs
Bibliografía
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Enlaces a páginas web consultadas
https://sedici.unlp.edu.ar/handle/10915/104999
https://catedraanimalesysociedad.org/palomashistoriacloony
https://respuestasveganas.org/el-alcance-del-argumento-de-la/
https://seo.org/ave/paloma-bravia/
https://www.redalyc.org/articulo.oa?id=39661317009
https://www.fundacioncarolina.es/wp-content/uploads/2023/02/Cuidados-y-ecofeminismo.pdf
https://www.allaboutbirds.org/guide/Rock_Pigeon/id#
https://www.lavanguardia.com/natural/el-dato/20161120/412006392439/por-que-odiamos-palomas.html