Foto: Jesper Valencia González

La intersección entre el feminismo y el antiespecismo no es algo reciente. Desde las sufragistas británicas hasta el movimiento Black Vegan actual, pasando por las activistas afroamericanas de los 60-70, como Rosa Parks, Coretta Scott King o Angela Davis. Muchísimas son las compañeras que han unido su lucha por la liberación de las mujeres con la de los animales. Y es que su semejanza es ineludible. En palabras de la filósofa Catia Faria: el sexismo y el especismo son formas de discriminación igualmente injustificadas y se manifiestan mediante patrones opresivos de jerarquía y dominación semejantes. Ni el sexo ni la especie son criterios que se deban vincular a la consideración moral, ya que ninguno de ellos determina la capacidad de tener experiencias subjetivas e intereses personales que deban ser protegidos. Para muchas mujeres reconocer que se está sistemáticamente oprimida supone el inicio de una evolución ética que conduce a no querer perpetuar otras formas de opresión. Esto explica que las mujeres representen entre el 63% y el 80% de la población vegana y que sean la base del movimiento por la liberación animal.

Tristemente, el antiespecismo no está a salvo de actitudes patriarcales que discriminan a la mujer. El movimiento #metoo logró que salieran a la luz múltiples casos de acoso sexual implicando a activistas de renombre como Nick Cooney (Mercy for Animals), Paul Shapiro (Compassion Over Killing) o Wayne Pacelle (Humane Society). Sin embargo, no se trata de casos aislados sino que son sólo la punta del iceberg de un gran problema estructural del movimiento. A las víctimas se las silencia, o bien ridiculizando su sufrimiento al compararlo con el de los animales no humanos explotados, o bien haciéndoles saber que denunciar o, sencillamente, negarse a colaborar con abusadores, perjudica a los animales. Tolerar este tipo de actitudes crea un entorno hostil para las mujeres y contribuye a que muchas opten por formas de activismo menos visibles en las que no tengan que lidiar con esta problemática, como son el cuidado directo de animales, la construcción de santuarios, la gestión organizativa o la obtención de recursos económicos. Lo que deja a hombres, casi siempre heterosexuales, cis y blancos, en las posiciones de poder y en la primera línea del activismo.

Basta con hacer una búsqueda rápida en Internet sobre el activismo vegano para darnos cuenta de que las caras visibles del movimiento son mayormente masculinas, lo que supone una incoherencia cuando las mujeres somos la inmensa mayoría. Es necesario que se incrementen los liderazgos femeninos en todas las expresiones del antiespecismo por tres razones: 1) combatir la misoginia dentro del movimiento, ya que sólo con mujeres liderando podremos garantizar la expulsión de miembros sexistas y la eliminación de todas las actitudes discriminatorias hacia las mujeres, 2) por una cuestión de igualdad, ya que es necesario que las mujeres tengamos referentes encabezando la lucha y 3) por pura eficacia, ya que un liderazgo más diverso supone una mayor representación de distintas sensibilidades y puntos de vista, lo que genera más debate y mejor toma de decisiones. Elegir la mayoría de líderes de una fracción minoritaria del movimiento conlleva la pérdida de personas enormemente capaces y motivadas, lo que juega en detrimento de los animales.

Referencias:
El Diario: El año del feminismo, el siglo del antiespecismo
El Diario: Feminismo y antiespecismo
Nonprofit Chronicals: The animal welfare movemennt’s #metoo problem
Pikara Magazine: El silencio de las perras. La estructura política de la misoginia en el antiespecismo
Mujeres en lucha: Feminismo y Antiespecismo: Las luchas incómodas
Imagen: Cheyenne Danner (@naturallycheyenne) en Inspirational Animal Activist: Cheyenne Danner – My Vegan Journey Began as a Young Child

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