En este articulo trataremos de analizar cómo afecta a la especie canina la selección de linajes desde el punto de vista cognitivo-emocional. Para ello realizaremos un breve repaso de la relación existente entre ambas especies desde su origen al momento actual.
Hoy por hoy, el 15% del total de las perras modernas pertenecen a linajes* considerados más antiguos, siendo estas en su mayoría las perras de origen asiático y las nórdicas (Parker et al., 2017) las que más cercanía tienen con la antecesora de las perras actuales (ya extinta) y que presentan ciertas adaptaciones al medio en el que viven. El 80% restante son linajes plenamente manipulados, creados mediante selección de perras con determinadas características por motivos estéticos o de uso de la especie para trabajo humano.
El origen de una relación de cooperación
La relación interespecie entre perras y humanas está bien documentada en el registro fósil desde la prehistoria y datada por las pruebas de ADN mitocondrial[1] desde el Paleolítico superior, hace entre 20 mil y 40 mil años (Gemonpré et al., 2009; Botigué, 2017). Los fósiles más antiguos se sitúan en Europa, concretamente en el yacimiento de Bonn Ober Kassel (Alemania), pero el ADN mitocondrial analizado en las perras modernas, ubican el origen en Asia (Ding, et al.2012), lo que sugiere que pudiera haberse dado dos eventos de domesticación simultáneamente en estas dos localizaciones.
Son varias las autoras que establecen como requisito necesario una relación de comensalismo[2] como paso previo a la domesticación[3] de una especie en relación con otra (Olsen, 1985; Coppinger y Coppinger (2001, Zeder, 2012, Larson y Fuller, 2014). Por un lado, algunas teorías plantean que, en algún momento del pleistoceno, un subgrupo de lobas grises se acercó a los asentamientos humanos para aprovechar sus restos de comida. Esta aproximación y posterior adaptación al entorno humano, es la base de la hipotesis de la autodomesticación de la especie Canis lupus, que se apoya en el registro fósil encontrado (Gemonpré et al., 2021). Otras teorías ponen el origen en la intención humana de criar cachorras huérfanas o seleccionadas por su prosocialidad (Gemonpré, et al, 2021). Sin embargo, desde el punto de vista antropológico, algunas autoras describen un escenario donde las vidas humanas y no humanas se entrecruzan y conviven, retirando así el foco del ser humano al plantear el establecimiento de comunidades hibridas (Mlekuž, 2013; Stépanoff y Vigne, 2018). No sitúan un evento de domesticación único en el tiempo, sino una serie de interacciones entre ambas especies que forjan una relación progresiva en el tiempo. Estos estudios sitúan el origen de la relación en el mutualismo [4]durante el Paleolítico superior, en el que ambas especies se benefician mutuamente y cooperan compartiendo una serie valores y escenarios comunes; de esta forma las humanas y las perras evolucionan juntas, se domestican las unas a las otras (Shipman, 2021). Así, las perras-lobas podían ofrecer protección y cooperación en labores de caza, y las humanas procuraban comida y colaboración con sus lanzas de largo alcance.
Según los datos arqueológicos, fueron las lobas grises (Canis lupus) que evolucionaron en Eurasia hace 800 mil años los que coincidieron en tiempo y espacio con otra especie humana, las neandertales (400 mil años) siendo estas especies miembros del mismo nicho ecológico (ambos son depredadores que seleccionan el mismo tipo de presas). No se han encontrado evidencias de que las neandertales y las primeras perras convivieran o establecerían relaciones interespecie. Las humanas modernas procedentes de África llegaron al continente europeo hace 50 mil años, y coincidieron en espacio y tiempo con las lobas grises, las antecesoras de las perras modernas (Canis familiaris). Shipman argumenta que las humanas pudieron sobrevivir a las duras condiciones de Europa central gracias a la relación que forjaron ambas especies. Estima que hace aproximadamente 36 mil años (ya no eran lobas, pero aún no eran perras modernas) se forjo nuestra relación de compañerismo con las perras-lobas. Esta datación viene avalada por los restos óseos encontrados de las propias perras-lobas y la marca de sus garras y fauces en los restos óseos de otros animales, junto con restos óseos de humanas modernas (Germonpré, 2009). Estas perras-lobas no son las mismas que las perras modernas, ni siquiera son los ancestros directos de las perras con las que convivimos actualmente, lo que sugiere que posiblemente esta especie fue una primera tentativa de acercamiento entre las humanas de la especie Homo sapiens y las perras-lobas ancestrales.
Según Shimpan (2021) las humanas y las perras ya convivían hace 36 mil años, pero la mayoría de los trabajos sitúan el inicio de esta convivencia hace 16 mil años (Copinger y Copinger, 2001; Gemonpré et al., 2009). Las perras y las humanas cooperaban y compartían habilidades para comer y sobrevivir. Pero lo más importante es que, aparte de obtener beneficio mutuo de la relación, debieron establecerse fuertes lazos emocionales entre ambas especies. Este vínculo se sustenta no solo en una base genética o fisiológica, sino también comportamental. Es decir, ambas especies coevolucionaron y su interacción derivó en modificaciones genéticas tanto en perras como en humanas que influyeron en su convivencia y comunicación. Un ejemplo podría ser la mirada entre perras y humanas, que evolucionó como una forma de comunicación social y formó parte del origen del vínculo entre ambas, y que es equivalente al que se establece entre las madres y las hijas, ya que al igual que estas, los niveles de oxitocina urinaria aumentan al mirarse mutuamente, lo cual demuestra fisiológicamente el vínculo existente (Nagasawa, M., 2015). Otro ejemplo esclarecedor, es un músculo facial que facilita expresión en la comunicación con humanas y que solo tienen las perras, no las lobas (Smith y Valkenburgh, 2020).
Los enterramientos de perras junto con ajuar de caza o junto con humanas, sugieren que las humanas del Pleistoceno superior trataban a las perras con las que convivían como parte de la familia (Shipman, 2021). En el yacimiento de Bonn Oberkassel (Alemania), datado hace 14.223 años, se hallaron dos perras enterradas junto con humanas y sus ajuares. Una de estas perras era juvenil y tenía marcas dentales características de haber padecido el moquillo, una enfermedad que deja graves secuelas neurológicas, lo que demuestra que para esta criatura hubiera sido imposible la supervivencia sin cuidados humanos (Janssens et al, 2018).
Ya durante el Holoceno, hace 7000 años en Siberia, se han encontrado enterramientos de perras tal y como se hacía con los restos humanos, lo cual apunta a que aquellas personas pensaban que estas perras tenían alma y debían ser enterradas mediante un rito mortuorio de tal forma que su alma recibiera el tratamiento adecuado al igual que las humanas (Losey et al, 2011).
Del mutualismo a la selección de linajes
Puestas en antecedentes, nos preguntamos cómo una relación que empezó como mutualismo entre dos especies que coevolucionaron deriva en la explotación de una sobre otra en función de la utilidad que le es otorgada, bien como objeto de trabajo o bien con fines estéticos, y la consiguiente selección de ejemplares con características fenotípicas determinadas que permiten exprimir sus cualidades al máximo.
Los linajes de perras son el resultado de una selección intencional de características físiológicas, anatómicas, cerebrales y morfológicas que confieren al animal una serie de tipologías comunes que se potencian mediante la cría endogámica, para obtener animales que responden a nuestros propósitos estéticos o de trabajo, convirtiendo a las perras en cosas, en animales útiles. Sin embargo, estas cualidades que las humanas desean explotar para su beneficio son la base para un posterior entrenamiento, no son “instintivas” sino fácilmente entrenables. Es decir, que potenciamos mediante cría selectiva cachorras que presentan áreas cerebrales concretas más desarrolladas que les hacen ser más receptivas a determinados comportamientos (Hecht, et al, 2019) y que combinadas con características morfológicas (también seleccionadas) favorecen determinados aprendizajes y habilidades. En definitiva, que ninguna perra nace siendo “de trabajo”, “de caza” o de “pastoreo”.
Se estima que existen en torno a 400 linajes reconocidos de perras. El comienzo de la selección se produce antes de la edad media, pero el auge de los linajes caninos por razones estéticas fue partir del siglo XIX. En la actualidad, este es un negocio que mueve más de 50 millones al año, y ha ocasionado que la variabilidad genética haya disminuido de forma dramática desde 1950. Esto es debido a la endogamia necesaria para fijar ciertas características genéticas durante la cría, y que tiene como objetivo la búsqueda de determinados fenotipos.
Con la selección artificial de linajes de perras, se aúnan características que les complican la vida en la convivencia en entornos humanos, donde se ven obligadas a coexistir, tanto las perras con las que convivimos en nuestras casas como las perras callejeras de la India o las de Turquía, que son consideradas semiferales aunque siguen viviendo en entornos humanos. Seleccionamos a través de endogamia (y consanguinidad) animales que presentan habilidades para aprender con más facilidad determinadas funciones para uso humano: caza, pastoreo, guarda, defensa, etc. Es decir, potenciamos mediante inbreeding, ciertas características que les hacen tener especial facilidad para perseguir, predar, defender, cuidar o reunir, y después les hacemos convivir en entornos humanos (urbanos sobretodo, pero también rurales) donde se las obliga a inhibir este tipo de conductas, porque son entendidas como “problemas de comportamiento”. Se crean fenotipos que dificultan la comunicación intra-especie (braquicefalias o morfologías cráneo faciales que dificultas su expresividad, etc) generando situaciones de estrés prolongado en una especie gregaria que por su condición tiende a evitar los conflictos y el enfrentamiento de forma natural. Se fomenta la cría de animales que nacen enfermos (displasia de cadera, tráqueas muy estrechas en braquicéfalas) para cumplir los estándares de raza, y que tienen que bregar con dolor crónico, dificultades respiratorias o problemas digestivos el resto de sus vidas, las cuales se ven condicionadas por una gran desadaptación con el entorno, bien por la inhibición de sus conductas naturales o bien por los problemas de comunicación con sus conespecificos.
Conclusión
Las perras y las humanas han convivido a lo largo de sus historias en entornos que han sido intensamente modificados por la actividad humana, lo cual se traduce en grandes desadaptaciones al medio en ambas especies. En el caso de las perras, se realiza de forma legal selección intencional para obtener linajes específicos para cumplir fines humanos. Se busca obtener animales con rasgos morfológicos específicos, con habilidades concretas y comportamientos deseados dirigidos a la explotación en entornos de trabajo humano y/o con fines estéticos. Es un hecho que por mucho que se presten a justificar la cría selectiva y se hable de criadoras “responsables” (cuyo objetivo es mejorar las líneas de sangre para sortear enfermedades congénitas), no se puede evitar la consanguinidad debido a que la endogamia es necesaria para mantener los fenotipos deseados. Estos fenotipos a menudo van unidos a enfermedades genéticas, las cuales se ha normalizado su existencia alegando que “vienen con el linaje”. En definitiva, en la cría de animales se ejerce la eugenesia, una práctica éticamente reprobable, pero que supone un negocio rentable para aquellas criadoras que viven de la explotación de las hembras paridoras. ¿Cómo serían las perras sin la intervención humana en su reproducción? Probablemente muy diferentes a las morfologías que se seleccionan y, seguramente, con las características comportamentales propias de su especie, es decir, desarrollando las habilidades que les facilitarían su adaptación al medio, la convivencia – cooperación con sus conespecíficos y con las humanas con las que cohabitan.
Referencias Bibliográficas
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* Nota: para referirnos a especies domésticas que comparten caracteres morfológicos y fisiológicos hereditarios debido a la intervención humana, preferimos utilizar el término “linaje” en lugar de “raza” puesto que para esta última no existe una definición unánime en biología y, además, esta implica una serie de elementos condicionantes como son las cuestiones tecnológicas, económicas, ideológicas, culturales, etc. que la alejan de ser una denominación objetiva.
[1] ADN mitocondrial: pequeño cromosoma presente en las mitocondrias celulares (orgánulos que producen energía) y que solo se heredan por parte de la madre. Debido a su alta tasa de mutabilidad y escasa recombinación, permite establecer líneas de parentesco maternas.
[2] Comensalismo: Asociación biológica externa entre dos especies para beneficio alimenticio de una de ellas o de ambas, sin causarse perjuicio entre ellas.
[3] Domesticación: término derivado del latín domus que significa “casa”, “vivienda”. Literalmente es un proceso mediante el cual una determinada especie, animal o vegetal, desarrolla o adquiere rasgos morfológicos, fisiológicos o de comportamiento heredables bien por procesos naturales de la interacción con seres humanos o bien por selección artificial. Según Melinda Zeder, “la domesticación es una relación mutualista, multigeneracional sostenida en la que un organismo asume un grado significativo de influencia sobre la reproducción y el cuidado de otro organismo. Pero sin beneficio mutuo, es poco probable que la domesticación ocurra”.
[4] Mutualismo: interacción biológica entre dos especies en las que ambas se benefician de una convivencia permanente, esporádica o intermitente.